Las reformas sociales son
posibles dentro del mercado
" Después de 20 años de "transición liberal
violenta", que eliminó obstáculos para el crecimiento pero provocó también
grandes desigualdades, hay que privilegiar los fines sociales por sobre los económicos
"
Autor: ALAIN TOURAINE. Sociólogo de la Escuela de Altos Estudios
Sociales, París.
No sabemos si estamos en la marea alta o en la marea baja ya que, por un lado, la
escalada del neoliberalismo destruye todos los proteccionismos y todos los
corporativismos y, al mismo tiempo, son cada vez más los signos que demuestran que la
marea liberal ya está en descenso. En particular, en Europa, donde casi todos los países
tienen gobiernos de centro-izquierda, desde Italia a Gran Bretaña, de los Países Bajos a
Portugal, de Suecia a Francia y, tal vez mañana, Alemania. Sólo España se resiste a
este movimiento, aunque con escasa energía, ya que la brecha entre el Partido Popular
(PP) y el Partido Socialista Español (PSOE) es muy reducida.
Aquí y allá comienzan a levantarse voces que exigen una línea de lucha más activa contra
el desempleo, para combatir el poderío del capitalismo financiero, rechazar el
nacionalismo agresivo y mejorar la educación y, al mismo tiempo, la materialización
estricta de la unión monetaria y del pacto de estabilidad que la acompaña. Muchos
piensan que la creación efectiva de la unión monetaria traerá como resultado una Europa
aún más liberal, pero podemos hacer la hipótesis inversa: de ahora en más, las
políticas presupuestarias y monetarias se decidirán a nivel europeo y los gobiernos
nacionales, por ende, deberán dedicarse a dos grandes tareas. Por un lado, mejorar el
dinamismo de la economía fortaleciendo la investigación y la innovación en los
sectores de alta tecnología y, en términos más generales, mejorando el nivel general de
educación. Por otro lado, reducir las desigualdades sociales y la exclusión, y
por consiguiente, mejorar la justicia social. Esta nueva orientación está presente tanto
en Europa del este como en Europa occidental. Después de años de ruptura liberal,
especialmente brutal en Polonia, somos testigos de la reconstrucción de sistemas de
redistribución social.
¿Y en América latina? Brasil es el país que sigue más claramente esta política de
centro-izquierda, pero en México vimos cómo el Partido Revolucionario Democrático (PRD)
conseguía una importante victoria. En Chile, de manera menos clara, el favorito para la
próxima elección presidencial es un candidato socialista, Ricardo Lagos, aunque
con prudencia, ya que una parte de la democracia cristiana puede preferir una victoria de
la derecha. La situación argentina sigue siendo confusa: la elección presidencial
todavía está lejos, pero la reciente elección en Buenos Aires demostró la fuerza de
esta tendencia general hacia la centro-izquierda.
Finalmente, uno puede interpretar la crisis de varios países asiáticos como la crisis
de economías demasiado voluntaristas y, a veces, excesivamente autoritarias, que
no cumplieron con las indicaciones del mercado, particularmente cuando grandes grupos
industriales se endeudaban más allá de los niveles aceptables. Lo cual puede hacer
triunfar la economía liberal y liberar la vida social de regímenes autoritarios, como es
el caso, desde hace años, en Taiwán y Corea del Sur.
Lo más importante hoy es romper con la falsa idea, pseudorrevolucionaria, de
que la economía de mercado y las reformas sociales son incompatibles. ¿Es
necesario recordarle a quienes defienden este discurso que la Gran Bretaña hiperliberal
fue la primera en ver la génesis de un movimiento obrero y luego la democracia
industrial, mientras que los países eurolatinos luchaban más contra el Estado y contra
la Iglesia que contra los dueños de la economía? Muchas partes del mundo ingresan en una
época de renovación de lo que, a comienzos de siglo, se llamaba socialdemocracia y que
deberá recibir otro nombre para subrayar el rol más limitado que tendrán las
intervenciones del Estado.
El único país que se resiste a esto es Estados Unidos, porque conoció un
enriquecimiento tal de las clases medias y superiores que la pobreza y la precariedad que
afectan al 20% de la población parecen tolerables, ya que los desempleados de larga data
son menos que en Europa.
Conflictos que renacen
Se podría, incluso, hacer la hipótesis de un renacimiento de los problemas
sociales en detrimento de los problemas culturales, que parecían acaparar toda la
atención, cuya gran visibilidad estaba vinculada, en parte, al retroceso de los actores
sociales, en primer lugar de los partidos y sobre todo de los sindicatos, que conocieron
en varios países un repliegue espectacular.
Esta importancia creciente de los problemas sociales irá de la mano del conflicto. Las
organizaciones financieras internacionales insisten en la importancia primordial de la flexibilidad
del mercado laboral, no sin razón, pero a costa de enfrentarse a la defensa,
absolutamente justificada, por parte de los asalariados de la continuidad de su vida
laboral.
El trabajo no puede ser tratado como una mercancía sin que se contemplen los
sufrimientos que trae aparejado el desempleo, la falta de capacitación y la
deslocalización. Este conflicto sólo podrá ser resuelto mediante una gran política de formación
permanente que asegure a casi todos la posibilidad de cambiar de empleo, mediante una
capacitación, dos o tres veces en el transcurso de su vida. Lo cual conduce a una
observación más general: el principal terreno donde debe desarrollarse la intervención
del Estado es la innovación tecnológica y la reforma de una enseñanza que debe
producir, ante todo, ciudadanos capaces de iniciativas al mismo tiempo que poseedores de
aptitudes científicas o tecnológicas, pero también capaces de percibir las crisis y las
injusticias sociales y los medios para evitarlas.
Acabamos de atravesar por una segunda revolución capitalista después de
aquella que, originada en Gran Bretaña en el siglo pasado, se expandió en ciertos
países europeos, en los Estados Unidos, en el Japón y en los grandes países del
Commonwealth británico. La que experimentamos desde hace veinte años ha tocado a casi
todos los países del mundo. Su fuerza extrema y su extensión deben provocar,
lógicamente, reacciones más rápidas que en siglo pasado. Es aquí donde nos
encontramos: en el momento de un cambio profundo de la situación, que no implica el
abandono de la economía de mercado sino el desarrollo de políticas reformadoras que le
permiten a la mayoría de los países recuperar el control de la economía y hacer
que ésta sea compatible con los objetivos sociales. No ingresamos en un largo período
liberal; salimos de una transición liberal violenta que deshizo muchas políticas
antiguas que se habían convertido en obstáculos del crecimiento, pero que también
causó grandes sufrimientos, sobre todo a las categorías menos calificadas.
Como a fines del siglo XIX, debemos darnos prisa, a fin de evitar grandes crisis
mundiales, para restablecer la preeminencia de los fines sociales por sobre los medios
económicos.
Copyright Alain Touraine y Clarín, 1998.
Traducción de Claudia Martínez.